Tras un año en el que los sondeos y encuestas parecían estar fallando y en que los nuevos partidos y opciones alternativas sorprendían por su éxito y rupturismo, en las elecciones en Francia de abril de 2017 parece haberse estabilizado y comprendido el proceso de cambio.
En esta ocasión, las encuestas han acertado plenamente, augurando un empate técnico entre cuatro partidos. Este acierto no implica que no haya habido sorpresas en campaña o que no hubiera dudas en el resultado. La indecisión ha sido una de las constantes hasta el momento de la elección.
Tras cinco años en el Elíseo, François Hollande tomaba la decisión de no concurrir a la reelección, algo sorprendente si no fuera por los bajos índices de popularidad que se granjeó su política y la situación actual en Francia, con una preocupante paralización y una disminución del poder adquisitivo de los ciudadanos.
Se presentaba en su lugar el ganador de las primarias en el Partido Socialista, Benoit Hanon, popular entre los militantes de la formación, pero tal como se ha visto, alejado de los votantes. Con un resultado del 6,4%, los socialistas caen a su peor posición al ser eclipsados por la Francia Insumisa de Mélenchon.
El candidato de la extrema izquierda, al que Pablo Iglesias dio su apoyo en la campaña, conseguía un cuarto puesto, rozando el porcentaje de voto del que fuera hace unos meses el favorito a ganar estas elecciones. Françoise Fillon, el candidato de la derecha, perdió sus opciones con méritos propios, al destaparse en plena campaña el escándalo de los contratos fraudulentos de su mujer e hijos.
En esta coyuntura, existía el miedo a que las dos posturas extremistas, la de Marine Le Pen y la de Mélenchon, fueran las candidaturas que lograran enfrentarse en una segunda vuelta, optando por movimientos tildados de populistas y con un discurso de ruptura con la Unión Europea.
Es destacable que ambos partidos hayan aunado al 41% de los votantes en esta primera vuelta. Supone un claro indicador de la insatisfacción que percibe una parte considerable de los electores con respecto al actual sistema de partidos por no haber podido cubrir las demandas sociales en estos últimos años en Francia.
Marine Le Pen, distanciada de lo que representó su padre, lidera un Frente Nacional que ha conseguido el mejor resultado de su historia, con un programa económico proteccionista y de planificación y un discurso sobre las fronteras consideradas, no como muros, si no como puertas que se abren solo para aquellos que puedan beneficiar al interés de Francia.
Por último, el vencedor de las elecciones de abril, Enmanuel Macron, con un 23,9% de los votos, se ha considerado por diversos analistas el ganador por mero descarte o eliminación. Un casi desconocido, Ministro de economía junto a Hollande entre 2014 y 2016, se distanció de la formación del Gobierno y decidió dar un paso al frente por separado con En Marche, el partido que formó a finales de 2016 para concurrir a las elecciones presidenciales y liderar “una revolución democrática profunda”.
Frente a los extremos, Macron representa la opción institucional, formando parte del sistema de partidos, aunque de configuración renovada y de apariencia moderna, imagen que acompaña la juventud e imagen del candidato. Han sido las rentas altas las que mayor respaldo han dado a En Marche.
Republicanos y socialistas no han dudado en dar su apoyo a Enmanuel Macron ante la próxima segunda vuelta y pedir a sus votantes el voto a esta opción. A pesar de que Mélenchon ha preferido no decantarse por un candidato, es previsible que una parte de sus votantes pueda optar por votar a Le Pen por la similitud del carácter de ruptura y otra prefiera abstenerse.
Tal como todos los sondeos indican, con una elevada probabilidad será Macron el ganador de las elecciones en una segunda vuelta. Este resultado indicaría, entre otras cuestiones, que el discurso del miedo no ha ganado en Francia y que uno de los países fundadores de la UE continúa confiando en ella.
Por el contrario, el resultado de esta primera vuelta también denota la exigencia de las sociedades occidentales de una regeneración de la política, de la búsqueda de un cambio en los sistemas de gobierno, de partidos y de líderes que se impliquen más en los problemas de las personas y que cumplan con las demandas sociales.
Carmen Andrés | Consultora – Área de Asuntos Públicos