¿Qué hace este patinete en mi museo? Una reflexión sobre cultura y movilidad
Con esta pregunta se quiere provocar una primera reflexión sobre el impacto que tendrá en los próximos años el cambio del paradigma de la movilidad sobre la gestión de los espacios culturales.
Para situarnos en contexto
La movilidad ha hecho que nos desplacemos hasta una institución o una actividad cultural con el fin de obtener a cambio una experiencia personal o colectiva asentada sobre el ocio y el entretenimiento.
Esta movilidad ha provocado flujos cuya medición ha sido el sostén del éxito o el fracaso cultural. Bien mediante su monetización directa, bien mediante el estímulo de patrocinios asociados a su visibilidad.
A ello ha contribuido la estandarización de la cultura como una experiencia de status, en distintos grados dependiendo de la clase y la formación, y de ocio, sin más, para todos los públicos.
Dime cómo y con qué intensidad te visualizas como institución o actividad cultural y te diré cuál es el éxito de tu modelo de gestión.
Conforme a esta máxima se ha diseñado una estrategia de sostenibilidad y financiación de la cultura que, junto a las ayudas públicas de fomento a la misma más o menos directas, ha ido paulatinamente convirtiéndola en un activo económico a través de la idea de “marca” que ha tratado de ser escalable mediante su maximización a través de una alianza con el turismo.
Causas de la tensión estructural en el sector cultural
Avanzado el siglo XXI el modelo comenzó a mesetar y hoy sufre un estrés estructural debido a una combinación de crisis que presionan sobre su viabilidad.
La causa más directa está en que todas esas crisis inciden en la movilidad y la lógica incremental de flujos.
- La emergencia climática reduce la movilidad dentro de las estrategias de lucha contra la huella de carbono.
- La crisis geopolítica modifica los flujos turísticos globales.
- La crisis económica afecta principalmente a las clases medias, consumidores mayoritarios de experiencias culturales y soporte de la incrementalidad de la visibilización de los flujos relacionados con el turismo y la proyección de status.
- Finalmente, la crisis presupuestaria generada por la persistencia de la crisis económica, provocará una pugna competitiva en la priorización de las políticas públicas, entre las que está la cultura, que sostienen la paz social.
Consecuencias de la revolución digital
A estas crisis hay que añadir otra, más profunda, asociada a la revolución digital.
Concretamente a la alteración de la esencia ontológica y epistemológica de la movilidad.
- Ontológica, porque la transformación digital de nuestros hábitos supone una marginación de la experiencia corpórea que da soporte al desplazamiento que está en la movilidad misma.
- Epistemológica, porque el relato de modernidad que ha guiado literalmente la experiencia cultural desde finales del siglo XVIII hasta hoy está sustituyendo la conceptualización de los relatos museográficos por una hegemonía de la imagen desnuda de cualquier concepto.
Detección de nuevas oportunidades para el sector
Ante esta situación polí-crítica que afecta a la cultura, a sus experiencias de movilidad y a los espacios sobre los que se proyectan, tal y como hemos venido contemplándolas hasta ahora, surge la urgencia de abordar una resignificación de la movilidad y de la cultura misma asociada a ella.
Lejos de pensar que solo queda certificar nuestra impotencia, lo cierto es que el desenlace es otro muy distinto. Esta acumulación de crisis es, en realidad, una oportunidad para otra forma de cultura:
- alineada con las exigencias de una movilidad sostenible y no contaminante.
- basada en revisitar críticamente la creación y sus procesos, en la investigación e innovación, por tanto, y con el fin, entre otros, de reforzar sus contenidos pedagógicos y su contacto con la infancia y la adolescencia.
- afirmada sobre experiencias menos masivas y más cualitativas, más desligadas del turismo y más volcadas sobre el activismo cívico que ayude a mantener cohesionada la comunidad y sus espacios de convivencia.
- que hibride la tangibilidad sensible de cuerpos que deben seguir en contacto con un arte que se sienta y se viva, con una apertura a lo inmersivo y a nuevas experiencias que, como el Metaverso, provocan una reinterpretación de la cultura y nuestra forma de relacionarnos con ella.
En conclusión, todo ello supone una oportunidad para otra forma de cultura basada en una movilidad distinta y un modelo de gestión que active los imaginarios que soportan el capital cívico que subyace en ella y que favorecen sociedades más inclusivas y cohesionadas, más abiertas al entendimiento del mundo que nos toca vivir, pero a partir del disfrute de una nueva cultura de experiencias más apegadas a la piel de nuestro tiempo.