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Ya llevamos más de mes y medio de “indignamiento nacional”, cientos de acampadas y de titulares, miles de mensajes contrarios a políticos, banqueros, o incluso periodistas. Pero en todo este tiempo, mientras las protestas llenaban páginas en la prensa y empapelaban las papeles de Sol, nos quedamos con una imagen, la de un niño paseando por allí de la mano de su padre, devorando un helado y luciendo orgulloso una camiseta de la selección española con el nombre de Iniesta sobreimpreso.
Moraleja: La crisis económica ha desembocado en una preocupante crisis de liderazgo, y mientras la sociedad está dando la espalda a portavoces políticos y económicos, se vuelca con nuestros deportistas de élite.
La gente parece buscar un “salvador” en quien confiar, lo que desvela la necesidad (y oportunidad) de aprender de este momento histórico y dar paso a portavoces empresariales capaces de adecuarse al modelo de líder que se impone, escapando así a este “virus de la desconfianza”. ¿Qué tienen en común Casillas, Iniesta, Rafa Nadal, Vicente del Bosque, Guardiola…? Además de protagonizar anuncios en televisión, todos ellos son exitosos en sus feudos, y salvo contadas excepciones, sus palabras reflejan compromiso, respeto, transparencia y humildad.
Un portavoz empresarial lo tiene mucho más difícil; su disciplina no es un espectáculo de masas, pero también debe comunicar eficazmente sus éxitos. Una empresa está obligada a hacer bien lo que dice y a decir mejor lo que hace. Aunque a veces, nos gusta tanto hablar de nosotros mismos que no nos damos cuenta de hasta qué punto podemos resultar aburridos. Un buen portavoz ha de ser claro, breve y conciso. Al contrario de lo que se suele hacer, el mejor comunicador es el que logra pensar complejo y decir sencillo. Un apunte: los informativos rara vez incluyen cortes de más de 20 segundos.
Y es que, mal gestionado, un mensaje importante puede parecer lo de menos (y viceversa). Hace ya un año del famoso vídeo de Rajoy donde se despedía por vacaciones desde el asiento de atrás de un vehículo. No llevaba puesto el cinturón de seguridad, un detalle importante que desvirtuó totalmente el mensaje, y el público se quedó con la imagen asociada a valores negativos: irresponsabilidad, falta de atención, torpeza…
Las palabras hablan, pero los gestos gritan. Cuentan que cuando un pueblecito de Sicilia instaló su primera cabina de teléfono, sus habitantes, muy habituados a gesticular, preguntaron: “Si con una mano sujetamos el audífono y con otra el micrófono, entonces ¿con qué mano hablamos?” El contexto y el lenguaje no verbal son importantes para cualificar el discurso y hacerlo más comprensible.
Hoy más que nunca, las empresas necesitan líderes cercanos, próximos a los problemas de la ciudadanía y capaces de transmitir empatía y credibilidad ante su público. Pero cuidado con crear robots de movimientos mecanizados y voz de pegamento. La comunicación es una actitud, más que un discurso impostado. Nuestra labor como expertos ha de ayudar al portavoz a sentir confianza, descubrirse a sí mismo, identificar sus encantos y fortalezas, reorientar malos hábitos y explotar su talento natural.
¿Y esto cómo se consigue? Igual que hacen a diario Iniesta, Casillas o Nadal para ser los mejores del mundo: entrenando.